En la familia de Elena Aguado el amianto significa sufrimiento: “es sinónimo de desconocimiento, miedo… y muerte”. El amianto se llevó a su padre en 2001. Todo empezó en el año 2000, en una revisión rutinaria, explica la hija del fallecido. “Tenía asma, se fatigaba”. Entonces, “le hicieron una prueba, vieron una mancha”. Y, en menos de un mes, “nos dijeron que tenía un cáncer terminal, mesioteloma pleural, toda la pleura tomada: duró siete meses por los cuidados paliativos”.
Era carpintero, había trabajado 25 años atrás en el sector naval, en espacios reducidos donde inhalaba todas las partículas. Al ser tan latente, los síntomas aparecieron después. Su familia denunció a posteriori, en vida se luchó para que se reconociese la enfermedad profesional; “el cambio de contingencias lo firmó él”, relata su hija.
Fue de los primeros juicios que se ganaron en Asturias. Lo llevó CCOO en una ardua labor de los servicios jurídicos y el departamento de salud laboral. Quedó demostrado que en la empresa auxiliar donde trabajó como carpintero naval no se pusieron ningún tipo de medidas de prevención. Se dañó la salud de los trabajadores y trabajadoras, se les condenó a muerte.